Capítulo 1
Al principio yo era como una princesa encerrada en un castillo. Ni el aire podía tocarme, ni una mala mirada se posaba sobre mí. Tenía 17 años y el mundo me parecía maravilloso. Después el tiempo borró mi sonrisa y la sustituyó por un gesto amargo. ¡Que dura es la vida de una adolescente!
A mis 17 años me sentía la persona más afortunada del mundo; salía con un chico, para mí el más guapo del planeta, para otras chicas, la mayoría, también. Él cuidaba de mí y me hacía sentir diferente, deseada, amada. Pero el tiempo, en vez de unirnos, comenzó a separarnos. Poco más de un año después de comenzar lo nuestro comprendí que se había acabado. No me llamó, no habló conmigo para dejarme, ni me partió el corazón con su indiferencia. Simplemente dejó de estar en mi vida y todo mi mundo se vino abajo.
Durante larguísimos meses no fui yo misma, sólo era un retazo de mí. Era una lágrima hecha persona, no quería salir, ni comer, ni hablar, lo único que quería era desaparecer, sacar de mi interior el dolor que sentía. Tenía 18 años y mi vida carecía de sentido. A veces me hacía más daño el sufrimiento que les estaba causando a mis padres que el mío propio, pero no podía evitarlo, por más que intentaba recuperarme no podía, me moría por recibir una llamada suya, aunque únicamente fuera para confirmar lo que ya sabía. Me pasaba el tiempo en mi habitación, recordando su sonrisa, su pelo, sus ojos, sus manos sobre mí. Aquello no era sano, pero el único fin de mi vida era amarle a él.
Desde que todo acabó y hasta mi 21 cumpleaños le vi en dos ocasiones, una de casualidad en un centro comercial, de lejos, y otra el día de mi cumpleaños. La primera vez me sentí morir. Hacía un par de años que nos habíamos mudado a Utrera y tal vez fuera esa la razón por la que había conseguido escaparme de su presencia. Sé que me miró, pero se dio media vuelta y se fue. La segunda vez fue en mi cumpleaños, era el día